NO SIEMPRE los certámenes electorales se deciden durante el periodo oficial de campaña que precede al día de la votación. La historia muestra un sinfín de casos en los que el lapso de tiempo previo, en el que las distintas posiciones trataron de ganar adeptos, no registró alteraciones sustantivas y los porcentajes iniciales de la preferencia del voto fueron muy similares a los resultados de las urnas. Es decir, la decisión se había tomado antes de la campaña y durante ella no hubo eventos que motivaron un cambio de opinión de los electores.
Esta es la conclusión de un estudio de Paul Lazarsfeld publicado en 1953 en relación con las corrientes de opinión del público estadounidense y las elecciones presidenciales. A pesar de que la investigación se llevó a cabo antes de que la televisión se convirtiese en un medio de comunicación de masas, frecuentemente utilizado con fines políticos, esta tesis ha sido comprobada una y otra vez en las últimas décadas, al punto que podría decirse que lo curioso sería que la mayoría de los electores no tuviera ideas claras sobre su preferencia al abrirse las puertas del torneo electoral, o que esa mayoría sufriera cambios drásticos en las semanas o meses que conducen al día del escrutinio.
En Panamá hemos tenido buenos ejemplos de los dos extremos de esta discusión en las dos últimas elecciones presidenciales. A finales de 1998 y principios de 1999 Martín Torrijos registraba una mayoría amplia a su favor, pero cada encuesta mostraba que la diferencia que lo separaba de su inmediato rival se reducía, prácticamente, con cada día que pasaba. La única encuesta durante todo el periodo que mostró una preferencia de voto favorable a Mireya Moscoso fue la última y se publicó diez días antes de la votación. La diferencia que allí se mostraba era solo de 2 puntos porcentuales, pero el día de las elecciones la brecha se extendió a 6 a favor de la candidata arnulfista.
Exactamente lo contrario ocurrió en el 2004. Desde el 2003, Martín Torrijos siempre estuvo al frente de las encuestas y ganó con un amplio margen respecto del segundo más votado. En pocas palabras, nada de lo que se hizo o dijo en campaña, por ninguno de los candidatos, logró variar las preferencias del electorado. Cabe decir que la decisión ciudadana de elegir a Torrijos se produjo probablemente tras cuatro años de gobierno arnulfista y no al cabo de tres meses de campaña.
El referéndum para decidir la ampliación del canal es también un proceso electoral en el que se debaten distintas opciones. Como se trata de producir una decisión a favor, o en contra, del proyecto de construcción de un tercer juego de exclusas, debe haber una sola pregunta y solo dos opciones. Por lo tanto, durante los meses que vienen presenciaremos una disputa entre dos posiciones, el Sí y el No, a favor de las cuales distintos grupos elaboran una serie de argumentos de sustentación.
Los debates, que son muy necesarios, que son imprescindibles en una democracia, darán la impresión de que hay algo que se está decidiendo en esos momentos. La retórica de las "inquebrantables" evidencias, en que unos y otros se apoyan, nos entrega la ilusión de que la decisión final es un ejercicio de la razón, mientras la propaganda juega a hacernos trampas teniendo al subconsciente como cómplice y al deseo como resorte.
El resultado final siempre será una mezcla de racionalidad e irracionalidad, porque esa es la naturaleza de los seres humanos. No obstante, me parece que la decisión sobre la ampliación del canal se tomó ya por parte de la ciudadanía, y se hizo tras décadas de lucha por la soberanía, que, en el caso panameño, no es más que la conquista del derecho a manejar autónomamente la posición estratégica del istmo.
La preferencia de voto a favor del "Sí" que registran todas las encuestas hasta la fecha tiene el peso de la historia y no es el resultado de las artes dialécticas de los ingenieros de la ACP, ni de los trucos propagandísticos con que se intenta vender el proyecto al electorado.
La interrogante apunta hacia la cuestión de si habrá algún evento que logre trastocar el estado actual de la opinón pública en los próximos meses. Mi humilde pronóstico es que no habrá ninguno, y que una cómoda mayoría de dos tercios de los votantes respaldará la propuesta de ampliación en las urnas.
Sustento esta percepción en los siguientes hechos: el gobierno de Torrijos ha generado un buen nivel de aceptación popular, pese al cumplimiento de una agenda de reformas que no siempre son populares; no se han producido escándalos de mal manejo del pecunio público en este gobierno; y el discurso contestatario vive bajo un techo muy bajo y carece de la amplitud y credibilidad que le permita convertirse en la posición mayoritaria del pueblo. Aunque estos elementos circunstanciales no irán a votación, condicionan el curso del debate y sus resultados.
Si alguien piensa que esto no tiene nada que ver, que se imagine una consulta popular de esta naturaleza, en la que un gobierno es acusado de criminal, despótico, y corrupto, y se enfrenta a todo el espectro político de organizaciones que van desde los partidos hasta la sociedad civil. Llámesele irracionalidad, o como quiera llamársele, pero, si el día de la votación los sentimientos hacia el régimen son muy intensos, estos podrían jugar un papel determinante.
Los antiguos griegos usaban piedritas ("psephos") al momento de votar para decidir sobre sus asuntos públicos. De allí surgió el nombre "sefología", que utilizaron los politólogos británicos desde mediados del siglo pasado para referirse al estudio empírico de las elecciones y las tendencias de opinión que la preceden. No es un arte de adivinación del futuro, sino una técnica para diseñar escenarios probables en el futuro inmediato.
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El Panamá América, Martes 16 de mayo de 2006