La decisión sobre el futuro

HAY MUCHAS maneras de leer el debate actual sobre la conveniencia o no de la ampliación del Canal. En el grupo de los que están a favor, hay algunos matices que diferenciar: mientras unos afirman o creen que la obra traerá beneficios económicos indiscutibles para el país, pues de ese modo lograríamos insertarnos como nación en el crecimiento del comercio marítimo mundial, otros más cautos, sin proclividad por la propaganda, creen que la obra es necesaria y viable, pero dudan de que ella por sí sola nos conduzca al progreso como nación.

Los adversarios del proyecto, es decir, los que promueven el No en el referéndum, tienen también una variedad de posiciones que los caracterizan. Primero, están los que piensan que como todo es mentira hay que impedir a toda costa que se haga cualquier cosa, y por eso hacen uso de todos los medios a su alcance para desacreditar personalmente a los que apoyan la obra. Para ellos esta es una lucha sin reglas y tratan de emular y superar el estilo propagandístico contratado por la ACP. Como tienen incomparablemente menos recursos que sus rivales, buscan compensar el impacto a través de una mayor agresividad en sus mensajes.

En el grupo adverso a la ampliación también están los que, sin denostar a nadie y sin considerar que la obra en sí es inviable, piensan o han llegado a convencerse de que las cosas se están haciendo mal y de que hay que corregir el rumbo. La objección de este grupo consiste en que la ampliación de la vía canalera traerá beneficios solo para un pequeño grupo de capitalistas y dejará al país gravemente endeudado, lo que imposibilitará hacerle frente a la creciente deuda social.

Este subgrupo del No, en realidad, clama por "más" pariticipación, porque se siente excluido de la toma de decisiones, o bien, de la repartición presente de beneficios. Una fracción de este sector está motivado por razones puramente políticas, pues se sienten que no pueden favorecer con el voto a quienes consideran sus enemigos históricos y que hoy dirigen el país desde los sillones del gobierno.

Tanto en el grupo del Sí como del No hay gente que piensa más en términos publicitarios que argumentales y de tanto pensar en la comunicación (en cómo someterla a sus propósitos), ya no comunican, solo se repiten. Los que son más proclives a la argumentación racional (y los hay en ambos bandos) están tan ocupados en sus propios argumentos que ya no escuchan a los que no comparten sus premisas básicas.

Pero en el debate en torno a la ampliación no hay solo devotos y militantes enfurecidos. Hay un sector que quizás ha ido creciendo debido a las estrategias fallidas que se suscitan en los extremos. Usemos una metáfora simple y hablemos del sector del medio, que no le ha cerrado las puertas a ninguna de las dos opciones y califica por tanto como indeciso.

Su núcleo duro, pero pequeño, está integrado por los escépticos, los que miran con seriedad a la ACP porque no creen que tenga las respuestas a todas las preguntas, se sonríen cada vez que oyen a los políticos pronunciar la palabra autofinanciable, y les hace mucha gracia los argumentos alocados y alucinantes de los militantes del No. Desde su punto de vista, sería tan racional votar que Sí, como votar que No.Ahora bien, el sector del medio es, en realidad, un punto de encuentro de decepcionados, pues algunos vienen de pensar que Sí y podrían votar que No, pero otros vienen de pensar que No y podrían escoger la papeleta del Sí. El tener ambas opciones aún abiertas debiera convertirlos en el principal objetivo de las campañas publicitarias.

Pero se equivocan los que piensan que las cuñas melifluas de la ACP tienen una ventaja asegurada sobre la publicidad de bajo presupuesto y tono agresivo de los detractores del proyecto.Más allá de los conocidos vaticinios que sugieren las encuestas, hay que pensar en algo que todos los grupos y subgrupos tienen en común al momento de formarse una opinión sobre la ampliación del Canal: una muy particular forma de construcción del futuro. Aunque algunos le dan prominencia al planteo sobre el futuro de la patria, en otros es claro, el dominio de la preocupación por el futuro individual, ya sea de la persona, o del grupo específico al que la suerte del individuo decisor está unido.

El referéndum sobre la ampliación del Canal será pues una decisión en el presente para organizar el futuro. ¿Cómo visualizamos ese futuro? Pues bien eso fue lo que hizo, o intentó hacer, la Visión Nacional 2020 en 1998, cuando, entre otras cosas, se trataba de asegurar la transición a una nación administradora de su principal recurso y libre de bases militares extranjeras.

Aquel consenso logró algunos de sus principales objetivos, pero se rompió sin alcanzar metas muy importantes, que siguen en la lista de asignaturas pendientes, tales como la elevación de la calidad de vida de los panameños y panameñas, la estructuración de un sistema de integridad nacional (una lucha institucional contra la corrupción), y el mejoramiento de la administración de justicia.El debate actual sobre la ampliación del Canal ha servido para redescubrir la necesidad de organizar el futuro, lo que es una muestra de que ese siempre será un terreno fértil para la vocación ciudadana y la acción política. El meollo de la disputa no es sobre el proyecto del Canal.

La discusión es acerca de cómo organizaremos nuestro futuro y hoy la apuesta por la democracia nos convoca a trasladar la discusión hacia la sostenibilidad del desarrollo, la reorientación de la cultura y el remozamiento de una institucionalidad cónsona, no solo con los fines, sino también con los medios propios de la democracia.El hecho de que sobre estos temas no haya referéndum no debiera hacernos olvidar su centralidad al momento de decidir el día de los comicios.
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El Panamá América, Martes 18 de julio de 2006