El Canal, la política y el Estado

UNO DE LOS axiomas sobre los que se ha construido la institucionalidad democrática a partir de los noventa consiste en afirmar que el Canal de Panamá se mantendrá como una institución generadora de prosperidad para las panameñas y los panameños de todas las edades en la medida en que su administración se mantenga alejada de la política criolla.

En consecuencia, en el debate actual sobre la conveniencia o no de la construcción de un tercer juego de esclusas que amplíe la capacidad de tránsito de la vía acuática, una de las más repugnantes proposiciones es hacer de esta discusión un tema político. ¿Puede hacerse una discusión pública sobre cuál es la mejor opción para el país, sobre qué es lo que mejor representa el bien común, sobre el activo generador de riquezas más importante de la nación, con exclusión total de la política? ¿Puede siquiera abordarse el debate, partiendo del supuesto de que los intereses en juego de los distintos actores políticos y sociales deben quedar excluidos de toda justificación, denuncia o confrontación?

La respuesta a estas preguntas parece ser que sí, pues eso es lo que exigen las ideas dominantes en el Panamá de inicios del siglo XXI. De nuevo, y como lo he expresado tantas veces, lo que más llama la atención sobre el actual debate no tiene nada que ver con la construcción de tinas gigantescas, sino con la manera como construimos socialmente el concepto de la política. La cuestión llamativa no tiene que ver con el proyecto de escarbar para ensanchar el cauce de la vía acuática, sino con la insinuación de no escarbar más a fondo al momento de tomar una decisión que afectará a todos.

¿Qué le ha pasado al concepto panameño de la política que, como si fuera una sustancia contaminada, y contaminante, la arrojamos fuera de nuestro discurso público al momento de formar opinión sobre los asuntos que atañen al común de la ciudadanía? ¿A qué le tenemos miedo, de qué salimos huyendo, cuando nos apartamos de lo que es el ámbito natural del debate? Si la discusión y la decisión no son políticas, ¿entonces qué son? ¿Con qué nos deja en las manos la pérdida voluntaria del discurso político?

Uno pensaría que esta modalidad de la negación de la política proviene de una perspectiva moralista-religiosa, como la de algunos grupos cívicos, por ejemplo; pero lo cierto es que los dirigentes de organizaciones políticas, en general, lo han abrazado y se han dejado conquistar por él. Hace unos días, uno de ellos, orgulloso, pareció confesar su satisfacción por el hecho de que en su colectivo ya no había políticos. En este contexto se hace siempre la aclaración de que la zona de la que se quiere guardar distancia se refiere a la política partidista.

En concreto, las ideas dominantes dicen que hay que mantener el Canal alejado de los partidos políticos, de lo contrario a la administración de este recurso le ocurriría lo mismo que al sector público, en el que los nombramientos se hacen según las cercanías con el grupo en el poder, lo que pondría en grave riesgo la operación de pasar barcos de un océano a otro. Si esto es así, habría que llegar a la conclusión de que tiene comparativamente menos importancia el funcionamiento del sistema escolar a lo largo y ancho del país, que el de una esclusa.

Vemos ahora por qué ha surgido con tanta fuerza la preocupación por la equitativa distribución de la riqueza adicional que provendría de un Canal ampliado. ¿Puede alguien decir sin sonrojarse que la Constitución panameña está hecha de modo que la corrupción no penetre en la Administración del Canal? ¿Tan poca cosa consideramos nuestro Estado que nos importa menos que la Constitución sea un cuchillo romo al momento de prevenir que la corrupción opere desde las relumbrantes oficinas del Estado y facilitar su castigo? Son estas ideas dominantes las que entran en crisis cuando vemos elevarse los decibeles del discurso contestatario en la vida pública panameña, porque, a decir verdad, no hay respuestas adecuadas a estas interrogantes.

Pienso que ese paradigma auto-des-movilizador (de que como la política es mala, no debemos ensuciar nuestros más preciados bienes con ella, de que el Estado es el juguete de los políticos y debemos impedir que administre cualquier cosa realmente importante) seguirá sufriendo dentelladas en las creencias y en las conciencias de los panameños durante el debate en torno al referéndum y más allá de él. La salida no consiste en promover los intereses particulares de cada grupo político en la discusión, o entregar un cheque en blanco al partido que saque la mayoría de votos en las elecciones, sino en llevar esos intereses al debate para superarlos.

El discurso político de la modernidad no consiste en una palabrería vacía que se repite cada vez que se pueda, sino en la capacidad de transformación de los individuos en ciudadanos. Y la herramienta para efectuar esta transformación es la política, la actividad política y los conceptos políticos. Solo la motivación política puede alertarnos de la situación en que la política ha quedado vaciada de contenidos.

Convencido como estoy de que no hay posibilidades de que el país crezca como democracia, sino es a través de una re-valoración de la política, no quiero terminar de expresar estas preocupaciones sin antes preguntar: ¿Le pediremos a la ACP que establezca un tribunal de justicia para asegurar que no haya corrupción en el manejo de los recursos provenientes de la ampliación? ¿Cuánto de los problemas reales del país podemos resolver diciendo que no queremos que haya más política?

¿Cómo se podría llamar un referéndum acerca de si queremos el Estado como está o queremos que se amplíe para que sea más productivo y beneficioso para todos los panameños? __________________________________
El Panamá América, Martes 25 de julio de 2006