NADIE logra lo que no se propone. No se puede perder una oportunidad que nunca se tuvo. No lograremos mejorar la calidad de nuestra democracia, si no nos lo proponemos primero. Tampoco podremos decir que perdimos la oportunidad de lograr una sociedad más igualitaria, más equitativa, más solidaria, en fin más humana, si en realidad el intento no pasó de las palabras.
La discusión en torno a la ampliación del canal representa una gran oportunidad para la democracia panameña, pero se equivocan los que quieren hacer del debate un juicio a los ingenieros de la ACP, una disputa de predicciones acerca de las tendencias del comercio marítimo mundial, o la revelación de un futuro escándalo financiero que tiene como autor material al actual gobierno y a la ACP como cómplice primario, o viceversa.
Nadie conoce mejor el reto que significa la construcción del tercer juego de esclusas que el cuerpo de funcionarios de la ACP. Es positivo que la ciudadanía se informe de ciertos datos básicos acerca de la obra, pero no le veo ningún sentido a impugnar, desde las graderías del público, la información técnica ofrecida por los expertos. El día que haya otro informe de otros expertos que diga que la obra no es posible, o que demuestre que costará mucho más de lo que dice la propuesta oficial, comenzaré a preocuparme. Ni la sospecha ni la desconfianza, que esgrimen los detractores del proyecto, son argumentos racionales en este respecto. Más bien son estrategias retóricas que buscan movilizar recursos emocionales y afectivos para inclinar la balanza de opiniones en contra de la aprobación del proyecto.
Otro tanto ocurre con las especulaciones en torno a las tendencias actuales y futuras del movimiento de carga comercial a nivel mundial. Está bien que contemos con una serie de datos básicos sobre las rutas marítimas mundiales como sustento de un escenario que no es más que probable. Sin embargo, el exceso se ha apoderado de la escena: una repentina avalancha de futurólogos adopta el tono grandilocuente de quien predice la verdad que todo el mundo ignora como la cosa más obvia de este mundo.
Así, se escucha, casi todos los días, a quienes pontifican, a favor o en contra de la ampliación, sobre el crecimiento de China, el deshielo del Paso Noroeste, las políticas de peajes del Canal de Suez y un largo etcétera. Tal pareciera que sabemos más sobre los límites de la expansión comercial asiática que los propios chinos, o que tenemos información sobre el deshielo del casquete polar que no tienen los canadienses.
Este vano ejercicio de especulaciones nos puede llenar de una falsa certidumbre, o de una dañina inseguridad. Una discusión racional debe estar dirigida a reconocer riesgos, evaluarlos, y apreciarlos sobre la base de los beneficios que podrían generar. Hay que considerar el riesgo de emprender la obra ahora, el hacerla dentro de unos años, y el no hacerla del todo. No he escuchado ni leído una análisis sesudo que demuestre con certeza que el proyecto de ampliación del Canal de Panamá está condenado al fracaso.
La información confiable, disponible a la fecha, indica que se trata de una inversión de alto retorno y bajo riesgo en lo que se refiere a los factores que están bajo el control de la ACP. El riesgo se incrementa si nos enfocamos en los factores externos a la ejecución de la obra. Se trata de aspectos sobre los cuales es muy poca la certidumbre que Panamá puede tener y prácticamente nula su capacidad de intervenir con eficacia.
Al final del día nos veremos forzados a descubrir que, cuando se trata de oportunidades de negocios, toda inversión es una apuesta; no obstante, la idea de que se puede ganar o se puede perder es demasiado desagradable para darle mucho espacio en la divulgación del proyecto, y por eso al riesgo razonable se le disfraza con una falsa certeza de éxito absoluto. Esta "técnica de venta" del proyecto facilita municiones argumentativas a los que se oponen a la aprobación de la obra.
Mucho de lo que se ha dicho por los partidarios del "NO" no es más que una lucha contra la publicidad contratada por la ACP, pero no necesariamente evidencia razones de peso contra el proyecto. Los razonamientos, a favor o en contra, que se expresan en términos de toneladas métricas y millas náuticas, tienden a ignorar que los principales temores en torno al proyecto de ampliación no tienen nada que ver con la obra en sí, sino con el país que está adosado a su destino.
El gran temor consiste en la probabilidad de que la obra se termine y la riqueza no fluya, que la desigualdad social y la inequidad sigan imperando, que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más pobres, que la delincuencia aumente, que nadie pueda ponerle coto a la corrupción pública y privada, que se abusen del poder y la influencia que se ejercen desde los cargos públicos con la impunidad que garantizan la Constitución y las leyes. Que atendiendo al "comportamiento del mercado" haya que subirle los salarios a los ministros y magistrados, pues "la alta gerencia pública necesita los mejores ejecutivos que el país tiene", pero no haya partidas suficientes para subirle unos reales a los que ganan un salario de miseria.
Es decir, más prosperidad (para un sector de la población) sin que haya cambios sustanciales en el contrato social. Espero que la discusión en torno a la ampliación del canal evolucione hacia un debate sobre el tipo de democracia que necesitamos para que los beneficios del canal contribuyan efectivamente al desarrollo de la gente. Dejemos de pedirle el plan de desarrollo nacional a la ACP. Evitemos reducir la cuestión a afirmar que lo correcto es votar sí, o no, el día del referendo. ¿No sería mejor pensar en el día después?
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El Panamá América, Martes 23 de mayo de 2006